19 de agosto de 2007

No hay peor fea que la que no se deja ver…

Allá se los veía caminar alegres tomados de la mano. Él, un joven apuesto, de cuerpo atlético, perfil de seductor, mente brillante y futuro prominente. Ella, mmm, cómo decirlo, ¿simpática?, no tanto; ¿dulce? es discutible; ¿agradable? no me arriesgaría a hacer semejante afirmación; ¿buena? yyy…, ponele que sí. Él no podía ver desde que se golpeó en aquel partido de rugby donde la categoría menores de 19 "A" del CASI, donde jugaba de apertura, se consagró campeona frente al equipo de Alumni; y ella. lo acompañaba en su recuperación.

Se conocieron hace poco, algo así como dos meses, él ya había sufrido aquel grave golpe en su cabeza, y ella ya hacía un par de años que concurría a la escuela de ciegos para conseguir novio. Como todos la conocían nadie le prestaba atención, ella los miraba como cuando una pantera clava sus ojos sobre su presa, pero nunca le correspondieron una mirada. Un día llegó él, indefenso, dolido, sin esperanzas, y ella clavó los colmillos; fue más comer la carroña que le pasaba por delante antes que una esforzada caza. Por miedo a que su ceguera sea permanente y a no ser aceptado por su anterior grupo de relaciones él se dejo morder.

Empezaron a salir, una, dos, tres, cuatro, 17 veces; y a la semana ya estaban de novios. En muy poco tiempo ella conoció a toda la familia de él, pero él no vio a los de ella. ¡NO!, no sean soretes. No porque era ciego no los vio ¿¡Qué se piensan!? ¡Qué no tengo sentimientos! Sino porque ella no se los quiso presentar, se avergonzaba de la morsa de su viejo, y de la heteróclita bola de carne de su vieja.

Y ahora están ahí, en esa plaza, acaba de recuperar la visión, y ella se ilusiona, le dijo que tenía algo importante para decirle:

- Paula, te cité acá para decirte algo importante, y por teléfono no era lo correcto –mientras le tomaba la mano

- ¿Qué mi amor? – y para si se preguntaba en que dedo le iba a quedar mejor la alianza que estaba a punto de recibir.

- No sé por dónde empezar – en sí sabía, lo que pasaba era que no soportaba que esa mirada melosa que salía de la cosa que tenía enfrente lo tenga como destinatario.

- Empezá por el final entonces – y puso sus labios en posición de beso, se parecía mucho a un caracius telescópico (1) que le habían regalado cuando chico.

- ¡Chau!

- ¿Cómo? ¿Qué estas queriendo decir? ¿Qué te vas?

- Bien, cada vez más inteligente – en ese momento la máquina detectora de ironía estalló.

- ¿Te vas de viaje?

- Sí

- ¿A dónde?

- A San Telmo

- Eso ¿dónde queda? ¿Italia?

- No, Capital Federal. Hoy salgo con los pibes a festejar que recupere la vista, y a tratar de ponerme lo más en pedo que pueda para poder olvidarme de tu cara. Te dejo, esto es todo, que te vaya bien, y que seas feliz con algún otro cieguito ingenuo.



(1) Pececito de ojos saltones, que posee una rara combinación entre una belleza tranquilizadora y una extrema fealdad, que a veces es la única cosa que aparece en esa rara combinación.

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